A una Madre se le exige puntualidad. Que no amague en el camino. Que consuele. Que no desaparezca.
Está oscureciendo y las manecillas del reloj saltan sobre los segundos incendiados de impaciencia. Yo y una maleta, tiradas en la estación. No llega tarde, es que no va a llegar. Dejamos de esperarla cuando se apagaron las farolas y las miradas. Yo, y el hombre que sentado sobre la luna fuma en pipa nuestros recuerdos. Ahora me está cayendo su ceniza, y puedo ver a la Hija que nunca llegó al perdón y que ha perdido el derecho a viajar sin equipaje, a esperar el regreso. Como el príncipe que llega tarde al beso.
Puedo sentir el orgullo herido en el crepitar de una lluvia que ya no es lluvia, sólo llanto reprimido. En aquella ocasión, hablaron los silencios y callamos las verdades más profundas. Ésas que desnudan y te dejan tiritando, ésas que nos hubieran arrojado a un abrazo donde algunas voces y fulminantes gestos, los más dañinos, habrían sido olvidados...pero estamos tratando de crear un pasado idílico, falso. No lo quiero. Cargaré con MI verdad, no con la SUYA, ni con la TUYA. Solos. Ella, mi maleta y yo.
Miro al cielo y los veo, dos ojos serenos e infinitamente tristes, como el océano. Me retienen en su pasado, en aquel decisivo momento. Faltó una palabra que lo dijera todo, que no guardase nada. De nuestras bocas escupimos oscuros sentimientos. Jamás debieron gritarse las dagas hambrientas del alma. Solos. Ella, mi maleta y yo.
Bajo la mirada al suelo. Si continuara sumergiéndome en el abismo de sus aguas, los peces de la conciencia terminarían por nadar a mi ventana. Y ahora no es el momento; he decidido vivir con un equipaje ligero, que no me arrastre a la melancolía y me permita continuar mi viaje. No, no te dejo echar más peso, porque llegas tarde y has vacilado en darme el beso. Porque tu voz se ha ahogado en aquel cuenco donde escondimos un vínculo natural, que no se cuestiona y se da por supuesto. Algunos osados le han dado nombre. Yo, he decidido no nombrarlo. Así robo su existencia de los mapas de lo común y arrojo su ronco sonido al espacio de la Duda. Mi aliada acariciándome con sus cadenas totalizadoras. Solos. Ella, mi maleta y yo.
Cercenar la noche con el peso del silencio y caer fulminada fuera del Tiempo. Donde me esté permitido pensar. Un rincón al que no alumbren las luces de una moral forjada en tu espejo y pueda ser yo misma sin verme deformada en su reflejo. No quiero regresar al Callejón del Gato. Eso deseo, eso... y que ahora no vengas corriendo sin aliento. Despeinada y taconeando bajo el son lastimero de la culpa. No, no a una patética redención leida en el manual del “Deber”. No porque “debas” tienes que interpretar un papel que no se te da bien. Dejemos de fingir por un momento en este Gran Teatro del Mundo...despojémonos de unos guiones que nos oprimen. Por un instante, tú dejarás de ser La Madre y yo la Hija. Seremos dos marionetas sin hilos.
¿Estás perdida? El vínculo natural ha sido cortado. ¿Qué haces ahora? Sin titiriteros moralistas que nos guíen eres libre. ¡Actúa!
Y corres hacia mí con la mirada envuelta en el odio de quien ha visto una gran Verdad y no es capaz de admitirla. Entonces descubres que no puedes atravesarme, porque nunca me has visto y te obcecaste en el nombre de mi papel...y con ello creiste conocerme.
No me muevo. Llevo esperandote aquí mucho tiempo. Alzas tu voz en colérica protesta. En vano. En vano nuestros ojos han llorado y este reloj se niega a conceder una tregua; son dos años y un cuarto. Tus manos se han convertido en verdugos de esta historia. Tus labios sellados, en sus jueces. Tus ojos tristes, en mi condena y nuestros papeles quemados, en su final.
Viene el tren. Regreso a la estación.
Solos. Ella, mi maleta y yo.
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