
Sin consultar a Temis, Febe o Apolo supe de qué color era el hilo que Láquesis iba enrrollando en la rueca de mi sino. Con Helios en la bóveda celeste, de luto Clímene por la muerte de su pobre e intrépido Faetón ( Maldita Estige y tus juramentos), te miré de frente en la acera. Llevabas gafas de sol y un pelo de niebla que devolvía las tormentas a mi memoria... conseguí arrancarme de las intempestivas Horas y la templanza gobernó la marea.
No saludaste, tampoco lo esperaba. Yo giré sobre mis talones mirando un escaparate con algunos libros. Tú debiste odiarme lento, porque marchaste apresurado y con palabras cortadas en las comisuras. No me importó.
Me alegra saber que la odiosa función haya terminado. Que exhibas tu malherido orgullo en esas gafas de motorista del infierno y que no sonrías cuando piensas escupirme pensamientos melpomeanos. Yo nunca asentí ante tus verdades indescutibles de defensor de la Guerra (que es la Paz), la Esclavitud (que es la Libertad) la Ignorancia (que es la fuerza) - tal como profetizó Orwell, tu tiranía fue vista como una triunfal democracia a los ojos de la Madre-. Yo nunca reí bajo tu gobierno. Jamás toleré tus excesos y como colofón, la hipocresía bifronte como una Jano disfrazada, cayó sin estrépito sobre el cristal de la librería. Sin un ¡Vándalo! coreando a tus espaldas fue fácil salir de la orchesta.
Felicidades, usurpador, te has despojado de una máscara.